2 mayo - 3 junio

La obra de Leiva evoca que el ser humano se transmuta a diario, se es familia, amigo, profesional, y amante. Se tiene tantos cuerpos como estados, y tanto carne como espíritu bailan transformándose mutuamente para crear en conjunto lo que llamamos ser. Nos movemos entre alegrías fieles, fantasmas cansados, pasados y futuros; justo como Leiva se mueve entre los pliegues de sus telas. Suerte, destino, casualidad, y determinación nos cambian las pieles que habitamos, así el artista lo refleja en sus obras. En su performance controla las telas y las telas le controlan a él; no por ello deja de ser una danza donde se reconoce como individuo y actor; el hecho de fotografiarse es el acto performático de congelar esos momentos de cambio, aceptando que somos, ante todo: movimiento.

Espinar es uno de esos personajes cuyas historias corren sin obstáculos desde su remembranza hasta el relato hablado y el dibujo; un contador de anécdotas nato cuyas experiencias son tan abundantes y extravagantes que requieren una salida de emergencia de su inquieta mente para ser compartidas a otros. La obra de Espinar en este sentido es tanto personal como social; nace de sus experiencias, pero están hechas para ser contadas, es una obra sociable, una conversación plástica que invita a la fiesta y a la celebración. Tanto el arte como la fiesta invitan a demorarnos, son un espacio temporal simultáneo en el cual las personas se distancian de la temporalidad cronométrica del trabajo y el horario; la fiesta es suspensión de ese tiempo social; ocurre cuando se comparte el café, la comida, el trago. Tanto la obra de arte como la fiesta son organismos vivos que tienen su propio tiempo, nos demoramos, nos detenemos ante ella. Así es la obra de Espinar, es el demorarse con aquel que se comparte mientras se intercambian relatos y pláticas; es el “uy se me pasó la hora” en contemplación y goce.